viernes, 2 de abril de 2010

Malvinas


-“Lombardo, le habla Anaya. ¿Puede venir al Casino de Oficiales?”
Sí, claro que podía. El vicealmirante Juan José Lombardo había asumido, pocos minutos antes de la llamada de su superior, el caro de comandante de Operaciones Navales, posición burocrática en tiempos de paz, pero clave en situación de guerra. Desde las horas de tensión y vísperas de 1978 –cuando la Argentina orilló un enfrentamiento bélico con Chile por el conflicto en el canal de Beagle-, la guerra había vuelto a ser lo que siempre fue para las fuerzas armadas argentinas del siglo XX: apenas una hipótesis de trabajo recreada en la fantasía íntima de los estados mayores. Pero nada de esto preocupaba a Lombardo aquel 15 de diciembre de 1981: en la peculiar ecuación interna de poder de la Armada, el Comando de Operaciones Navales era un paso seguro e importante en el camino desembocado en el vértice superior de la pirámide, la titularidad de la fuerza.
Aunque el oficial no lo sabía cuando recibió la convocatoria del almirante Jorge Isaac Anaya, ese día su historia personal cambió junto a la de todo el país. Para Lombardo fue un día especial que no olvidaría jamás. La gran mayoría de los argentinos, en cambio, vivió aquella jornada como una más. Con absoluta indiferencia asistieron a la asistieron a la consumación de la intriga palaciega que tumbó a otro presidente de la Nación al que, después de todo, tampoco habían elegido. El teniente general Roberto Eduardo Viola, un militar que labró pacientemente durante 10 años para llegar a la Casa Rosada, no pudo siquiera tomarle el gusto al poder. Su fugaz gestión duró apenas nueve meses. El reemplazante era Leopoldo Fortunato Galtieri, comandante en jefe del Ejército, cargo al que había accedido gracias a la “muñeca” de Viola para manejar la “interna militar”. La historia argentina está plagada de estas paradojas: Viola se descubrió así como víctima del hombre al que había escogido como heredero, privilegiándolo por encima de algunos otros candidatos, por considerarlo el menos peligroso de todos para su proyecto. […]
Lombardo se apresuró a responder a la convocatoria de su comandante pensando que recibiría de éste órdenes para el alistamiento de la Flota de Mar u otras operaciones que debían desarrollarse durante el denominado “Año Naval”. Quizás escuchara también alguna referencia de Anaya al proceso político, pero esto era poco probable porque el hombre que ocupaba la jerarquía máxima era escasamente comunicativo.
Saludó e intentó introducir un tema, pero el rostro pétreo, inexpresivo de Anaya lo detuvo.
-“Vea, Lobardo”, dijo el comandante como único prólogo, “lo que le voy a decir es absolutamente reservado. Estrictamente confidencial. ¿Me entiende?” […] “Le ordeno”, dijo Anaya apelando a una fórmula que no dejaba margen de error en cuanto a lo formal de la ocasión, “que prepare un plan de desembarco argentino en las Islas Malvinas. Usted debe ser el primero en el país que se entera de esto. Sería conveniente, entonces, que el equipo que escoja para colaborar en el planeamiento mantenga la boca cerrada. El secreto es prioritario. ¿Me entiende?”, insistió con su gusto por la recurrencia. […]
-“Señor”, dijo formal Lombardo, “¿van a intervenir las tres fuerzas en el operativo o solo van a cumplirlo efectivos nuestros?”.
-“Será una acción de las Fuerzas Armadas”, replicó Anaya. […]
-“Almirante, ¿qué va a pasar después de tomar las islas?”, inquirió.
-“Usted no se preocupe por eso, porque no le compete”, fue la tajante contestación. “Limítese a elaborar el plan para tomar las islas; el resto viene después.”
Este es un extracto del libro Malvinas, la trama secreta escrito en 1983 por Oscar Raúl Cardoso, Ricardo Kirschbaum y Eduardo Van Der Kooy (cuando dos de ellos todavía se dedicaban al periodismo).

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